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Por Peter King
Cuando el denominado Estado Islámico intensificó su campaña mediática en verano de 2014 para promocionar sus avances territoriales en Irak y Siria, investigadores del terrorismo dedicados a esta actividad durante una década o más se vieron obligados a dar un paso atrás y reconsiderar el efecto que estaba teniendo sobre ellos la propaganda.
La producción no solo había incrementado en volumen y crueldad – presentada en alta definición, a diferencia de los granulados vídeos de decapitaciones de la guerra de Irak en 2004 – sino que la manera en la que ahora se retransmitía, en un implacable bombardeo de imágenes a través de plataformas como Twitter, había aumentado también su impacto.
Al mismo tiempo, se venía constatando una mayor apreciación de los riesgos de trauma indirecto asociados a las personas cuyo trabajo implicaba ver hechos atroces a través de Internet, así que, a pesar de que el problema había crecido, también había incrementado la comprensión de cómo mitigar los riesgos y reducir el impacto.
Tal y como aprendí aquel verano, un requisito para mitigar esos riesgos es no caer en la complacencia. Pero también ha habido otros puntos de aprendizaje a lo largo de los años, muchos de los cuales han tenido una enorme influencia en la construcción de resiliencia para mí mismo y para otros expuestos a material extremista de carácter violento.
Quizás el punto de aprendizaje más importante, aunque no parezca el más excitante, fue el beneficio que supuso entender parte de la teoría sobre la resiliencia y sobre cómo funciona el trauma.
Ver mi primer vídeo de una decapitación en 2004 fue una experiencia que resultó aún más confusa y perturbadora por el hecho de que en ese momento carecía de un marco para comprender mis propias respuestas a ella.
Ese marco se ha ido desarrollando desde entonces a través de la concienciación sobre el trauma y la formación en resiliencia, que ha sido enormemente beneficiosa. Enseña, por ejemplo, que tener un objetivo claro puede ayudar sobrellevar un montón de cosas; que hablar de una experiencia perturbadora puede ayudar a procesarla; o que encontrar la manera de ser compasivo con uno mismo puede ayudar a desprenderse de un enfoque malsano en las amenazas potenciales.
Además de este tipo de formación ad hoc, es igualmente importante incorporar intervenciones continuadas, acciones que se lleven a cabo regularmente y que permitan al equipo mantener a raya sus niveles de resiliencia. Sesiones regulares de terapia o reuniones 1-2-1, por ejemplo; o la monitorización constante de los niveles de exposición.
Seguramente, la intervención regular de más éxito que he desarrollado sea una sesión mensual en la que mi equipo dedicaba una hora a sentarse a comer algo rico y hablar de cualquier cosa desagradable a la que habían estado expuestos durante ese mes. En otras palabras, un grupo de autoayuda con tarta.
Además de ser algo que todos esperábamos con interés, tenía el efecto añadido de fomentar una cultura de concienciación de la salud mental y facilitó que en el equipo se hablaran las cosas cuando nos veíamos expuestos a algo especialmente perturbador. También ofrecía más oportunidades para detectar señales de alerta y comprobar cómo le iba a la gente.
Contratamos psicólogos para la validación externa de nuestros enfoques, lo que nos permitió minimizar los riesgos asociados a la experimentación de cosas nuevas.
Pero también puso de relieve uno de los problemas que surgen cuando se intentan mitigar los efectos negativos de ver material extremista de carácter violento: que no hay una única solución fácil que funcione para todo el mundo.
Tras una sesión de grupo con un terapeuta contratado externamente, dos de nosotros experimentamos una respuesta casi milagrosa, notando una reducción significativa del impacto del material. El resto del equipo se quedó igual.
De modo que es necesario un amplio abanico de herramientas para incrementar las posibilidades de encontrar métodos de apoyo que funcionen para el mayor número posible de personas.
Contar con expertos en psicología y compartir las buenas prácticas de manera más generalizada debería formar parte de cualquier proceso de revisión continua. Esto sirve de protección contra la complacencia, amplía el espectro de las intervenciones y reconoce la gravedad de trabajar con una exposición regular a material gráfico perturbador.
La tecnología también debería considerarse como una manera de otorgar control a los profesionales sobre sus niveles de exposición al material gráfico, ya sea a través de herramientas de software de alta tecnología, como difuminadores de imágenes, o de soluciones de baja tecnología, como reducir la ventana de vídeo a una fracción de su tamaño máximo para disminuir la resolución de la imagen.
Compartir las buenas prácticas permite desarrollar políticas y metodologías que engloben un amplio abanico de enfoques para garantizar que los empleados tengan apoyo y que quienes los contratan cumplan con sus requisitos legales de protección del personal.
Algunas organizaciones pueden requerir a sus empleados que se sometan a evaluaciones psicológicas regulares de manera obligatoria, mientras que otras pueden no sentirse cómodas con ese nivel de intrusión. Otras políticas pueden resultar menos controvertidas y más fáciles de implantar, como proporcionar a los investigadores una iniciación y formación adecuadas a modo de preparación para la naturaleza del trabajo.
Y aunque es importante contar con sólidas políticas y procedimientos para garantizar que el enfoque general se aplica de manera uniforme, también es importante que no sea demasiado formalizado para evitar la percepción de que ese apoyo solo se ofrece para prevenir litigios.
Todos los que realizamos este tipo de trabajo tenemos la responsabilidad de protegernos. Pero es más probable que nos tomemos esa responsabilidad en serio si sentimos que quienes nos contratan se preocupan por nuestro bienestar de manera genuina y que cumplen su parte de responsabilidad para poner a nuestra disposición el apoyo adecuado.
Peter King habla árabe y es un consultor independiente que desde hace más de una década investiga la explotación de Internet por parte de grupos yihadistas y sus simpatizantes. En 2004 fue pionero en la investigación y análisis sistemáticos de los medios yihadistas en Internet para el gobierno británico y posteriormente lideró un equipo de expertos en ese ámbito en la BBC.